La democracia representativa de corte liberal que se extendió por Europa Occidental tras la II GM, respondió a la conjunción de los intereses de capital y trabajo en aquel momento, porque, utilizando la terminología de la Teoría de los Juegos, el resultado era positivo para ambos colectivos. En consecuencia, durante los primeros 30 años del periodo, el incremento de la riqueza permitió una indudable mejora en las condiciones de vida de todas las clases sociales, debido sobre todo a un relativo equilibrio entre la fuerza de empresarios y sindicatos en la negociación colectiva. Sin embargo, por lo que respecta a los llamados países occidentales, a partir de la mitad de los años 70 la situación ha ido lentamente deteriorándose como consecuencia del creciente desequilibrio entre la fuerza de una economía financiera sin fronteras y la debilidad de una sociedad postindustrial en la que predomina el individualismo egoísta de sus miembros.
Pero el deterioro al que hago referencia ha adquirido en la última década una fuerte aceleración por el efecto combinado de una globalización descontrolada y de una crisis económica sin precedentes, que, sobre todo en los países del Sur de Europa, entre ellos España, está, por una parte expulsando del sistema a los miembros más vulnerables de la sociedad, pero por otra no llega a ser percibido en toda su crudeza por quienes, muchos de nosotros para ser sinceros, nos encontramos “au dessus de la melée».
Sin pretender hacer una relación exhaustiva de los colectivos que ya están sufriendo el problema de forma dramática, me vienen a la cabeza los centenares de miles de jubilados, muchos con pensiones ridículas, que se ven obligados a ayudar a hijos sin trabajo o con empleos basura; de parados de larga duración expulsados del mercado, bien por falta de preparación, por su edad, o por procesos irreversibles de robotización y digitalización; de madres de familias, especialmente las monoparentales, afrontando una imposible conciliación; de niños malnutridos; de dependientes, de inválidos y de enfermos crónicos sin capacidad para cubrir sus necesidades básicas. Y lo peor, es que muchas de estas personas sufren a la vez varios de los problemas que he relacionado, con el resultado de que, o bien se encuentran ya en una situación de exclusión social, o se van acercando peligrosamente a esa tremenda situación.
Pienso que en la conjunción de ambos factores: la exclusión real o el miedo a la misma de quienes ven peligrar su ya precaria situación, y la ceguera de quienes todavía ven lejano ese riesgo, además del temor a la competencia por los trabajos basura por parte de refugiados e inmigrantes, está el origen de las convulsiones políticas que se están produciendo en varios países de Europa. Pero si hubiera que definir la causa en una palabra, esta sería La Desigualdad y su imparable crecimiento. Y de nada sirve que esos países, con España a la cabeza, muestren una cifras macroeconómicas de crecimiento del PIB, si esa mayor riqueza no sirve para reducir la desigualdad. Reconozco que de economía tampoco entiendo mucho; pero pienso que cualquier gobierno en estas circunstancias haría bien en establecer una lista de colectivos con necesidades inaplazables, evaluar el montante económico de las ayudas, y elaborar un plan para generar esos recursos. Y antes de proponer aumentar impuestos, algo que probablemente también sea necesario, se me ocurre que acciones como el contratar unos cuantos miles de inspectores de Hacienda, de Trabajo, y de Sanidad para acabar con el fraude masivo en todos estos ámbitos, y acordar con el resto de fuerzas políticas una revisión en profundidad del Presupuesto para eliminar partidas innecesarias, podría generar un montante suficiente para invertir la tendencia y comenzar a mejorar muchas de las situaciones personales que hoy sufren varios millones de nuestros conciudadanos; sí, varios millones, aunque no queramos verlos.
Hay dos datos que pueden ayudarnos a entender la causa del problema, y la vía de una posible solución: la presión fiscal en España es de siete puntos inferior a la media europea, un 37,9% frente a un 44,9%; y, descontando pensiones y desempleo, el gasto en protección social en España, incapacidad temporal, dia capacitados, viviendas sociales, ayudas para familias y niños, etc, fue en 2016 de únicamente el 60% de la media de la UE. (datos del informe de FEDEA 2016/09 sobre presión fiscal y evolución del Gasto Público por Funciones). En estas circunstancias podemos seguir cerrando los ojos y tratar de ¿ganar? tiempo, o actuar. Y en esto último cada cual puede preferir un camino, moderado o radical; pero recordando el viejo dicho de que no es posible hacer una tortilla sin romper algunos huevos.